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A 2010 constato
cuánto de profecía encerraban esos versos:
“Tu muerte es nuestra muerte
O te resucitamos o nos matas.
O reviven los muertos o morimos”.
Te llevaste a tu hija a los diez años exactos de tu muerte
-1981-1991-
al lugar del que no se regresa,
si el espacio es allí algo válido
cuando no lo es ni el tiempo.
Te llevaste a tu hija
y al hacerlo, a mí también.
“O te resucitamos o nos matas”.
A mí también, pues la circunstancia
en que me dejó la muerte de mi hermana,
no otra cosa es que la muerte social
o muerte en vida,
si la ruina más absoluta.
Así pues, no resucitamos a los muertos
por más que luchemos contra lo inadmisible,
sino que los muertos nos arrastran,
como escribiese aun antes de dedicarte estos versos:
Cómo tiran los muertos, cómo tiran,
hacia el fondo de la tierra tiran
los muertos haciéndonos sus muertos.
Así pues, ¿me arrepiento
o siento menos intensas
las palabras del poema 2
en las que confesaba no sé qué
“…
sentimiento de culpaCada palabra que mi mano escribe
es una vena que en tu cerebro estalla,
siento cada palabra mía
poblando el tiempo,
tijera, alacrán, cuchillo
que pica y corta el hilo de tu vida,
culpable de la muerte de cada muerto
es la vida de cada vivo,
sentir remordimiento de vivir
mientras la muerte exista”?
Así pues, tal me parece ahora:
Culpable de la muerte de cada vivo
es la muerte de cada muerto.
Así pues, tal me parece ahora,
de un infinito egoísmo, crueldad intervidas,
que la muerte de cada muerto
arrastre hacia el lugar del que no se vuelve,
no a aquellos que procuraron su mal en vida
sino a aquellos que le amaron,
aquellos que expusieron su vida
a la maldita profecía que la palabra lleva,
aquellos que, como tu hija que te llevaste,
hasta hubiese dado la vida por ti,
hasta hubiesen comprometido su vida por la vuestra.
Dije, en mis libros a Alejandra,
a la que allí habrás conocido, ¿o no?,
que “los muertos no sois tontitos,
sólo queréis amor amorcito”,
¿por ello te la llevaste?
Sentimiento de culpa,
por tanto, el vuestro.
Culpa de vuestro fracaso,
pues que muertos.
Culpa por mi fracaso cuando me muera,
cuando me muera sin haber cumplido
ninguno de mis sueños.
¡Culpa de estar muerta!
o aquí impotente, en esta vida.
Esa la culpa.
Culpa por no arrancarle a Dios o al Cosmos
el secreto de todo,
la última verdad o primera,
cuando ninguna,
cuando ninguna verdad
dejaron ese Cosmos o Dios
que iluminasen esta vida,
esta despreciable vida…
y despreciable, por lo mismo,
vuestra muerte,
¡la de todos los muertos!,
toda esa infinita tropa de harapientos derrotados
…¿de la que un día formaré parte?
Bien a mi pesar será,
bien en contra de todo el asco y rabia
que en mi más de medio siglo de vida
acumulé hacia ese Dios o Cosmos
tan espléndidamente denominado por Alejandra:
EL SEPULTURERO DE LOS CIELOS.
Ahora quizá pueda continuar aquí exponiendo
las palabras a tu muerte que un día redactara
sin saber cuánto de profecía,
de maldita y asesina profecía.